miércoles, 22 de abril de 2015

Leyenda Gara y Jonay La Gomera

-"Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá". Así había hablado Gerían, el viejo que rompía gánigos con la mirada. Gara no supo qué secreto guardaban las palabras del viejo de los ojos poderosos. Estaban próximas las fiestas del Beñesmén. Pronto llegarían a La Gomera desde Tenerife los Menceyes y nobles principales para tomar parte en las celebraciones de la recolección. Gara, princesa de Agulo, y las jóvenes gomeras habían acudido donde Los Chorros de Epina para mirar su rostro en el agua. Fue entonces cuando los ojos poderosos del viejo Gerían vieron lo que a ninguna otra mirada se revelaba.: -"La sombra del fuego quema el agua. La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá".
Siete chorros mágicos manaban en Epina. Los siete nacían en siete puntos distintos de los adentros de la isla sin que nadie hubiese descubierto nunca su origen secreto. Siete charcos formaban los siete chorros y siete virtudes ofrecían a los que de ellos bebiesen. Y era costumbre que, cuando llegaban las fiestas del Beñesmén, las jóvenes gomeras juntasen agua de cada uno de los siete chorros en un pequeño estanquillo hecho a base de beas, musgos y yedras. Antes de que el sol rayara, miraban su rostro en el agua y si la imagen era calma y clara, ese año encontrarían pareja, más si el reflejo era turbio o lo empañaban las sombras, la desgracia aguardaba como aguarda sigilosa en su tela la araña.



Gara se había asomado al estanquillo y, al principio, fue nítido y quieto el reflejo de su imagen, pero pronto el líquido se cubrió de sombras y comenzó a agitarse hasta que en vez de su rostro apareció un sol incendiario que cegó el agua dejándola sucia, revuelta y anochecida: -"Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habra de consumirte". Así habló Gerián, el que rompía gánigos con la mirada, el que veía lo que a otros ojos quedaba oculto. Y corrió de boca en boca el augurio. Y calló Gara su temor y su asombro.

Arribaron los Menceyes y nobles de Tenerife a las playas de La Gomera para compartir las fiestas del Beñesmén. Al Mencey de Adeje le acompañaba su hijo Jonay que no tardó en distinguirse en las luchas con los banotes, en la esquiva de guijas, en la alzada de pesos y en las otras competiciones y juegos en que tomaba parte. Gara lo contemplaba. Como acude la sangre a la herida o como el mar refleja el cielo, inevitablemente, se descubrieron y se enlazaron sus miradas. No pudieron impedir que el amor les alcanzase. Así lo hicieron saber a sus padres y así, para añadir más júbilo a la alegría de las fiestas del Beñesmén, fue hecho público su compromiso.

Apenas se propagó la nueva, inesperadamente el mar se pobló de destellos y se cuajó el aire de estampidos y ecos prolongados. Echeyde, el gran volcán de Tenerife, arrojaba lava y fuego por el cráter. Tanta era su furia que desde La Gomera podían divisar las largas lenguas encendidas estirándose desde la cima hacia lo alto. Entonces fue cuando recordaron el augurio del viejo Gerián, el aojador. Gara y Jonay, agua y fuego. Gara era princesa de Agulo, El Lugar Del Agua. Jonay venía de la Tierra del Fuego, de la Isla del Infierno. No podía ser. El fuego retrocede ante el agua. El agua se consume en el fuego. Gara y Jonay, agua y fuego. Imposible su mezcla imposible la alianza. Las llamaradas que brotaban de la boca de Echeyde lo confirmaban. Aquel amor era imposible. Sólo grandes males podían sucederse si no se separaban. Bajo amenaza, les prohibieron sus padres que volvieran a encontrarse. Su unión quedó maldita.


Calmó su furia Echeyde y de nuevo se encerró el fuego en sus adentros de piedra. Concluyeron las fiestas del Beñesmén y, sin peligro ya en la isla, regresaron a Tenerife los Menceyes y nobles que habían ido a La Gomera. Mas Jonay no podía olvidar a Gara. Un peso infinito, como un quebranto interminable, lo doblegaba y lo desvivía. Necesitaba volver a verla, tenerla a su lado pese a las prohibiciones, pese a la maldición que sobre ellos se cernía. Ató Jonay a su cintura dos vejigas de animal infladas y, al amparo de la noche, se lanzó al mar dispuesto a atravesar la distancia que le separaba de su enamorada. Las vejigas le ayudaban a flotar y, cuando el cansancio rendía sus fuerzas, la imagen de Gara acudía a su memoria dándole ánimos para recobrarse y seguir nadando. Así hasta que, aun dudosa, la luz del alba lo recibió al llegar a las playas de La Gomera.


-"El fuego habrá de consumirte". Eso le había dicho Gerián a Gara. Y un fuego desmesurado la incendió cuando Jonay, escabulléndose y ocultándose, fue a encontrarla y se abrazaron apasionadamente. Escaparon por entre los montes de laurisilva hasta refugiarse en El Cedro. Allí se entregaron al amor y se fundieron sus labios y sus ansias. Más no podía durar mucho aquella pasión furtiva. Lo dijo Gerián cuando el rostro de Gara desapareció del agua de Los Chorros de Epina y en su lugar sólo hubo un resplandor de hoguera sobre el líquido sucio, revuelto y anochecido: -"La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será., lo que ha de suceder ocurrirá".

Enterado el padre de Gara de la huida de su hija con Jonay, dispuso que salieran a perseguirlos. En la cumbre más alta de La Gomera habrían de encontrarlos, estrechamente unidos, amándose. Antes que volver a separarse, antes de que sus perseguidores les prendieran, Gara, la princesa del Lugar Del Agua, y Jonay, príncipe de la Tierra del Fuego, buscaron la muerte. Afiló Jonay con su tabona los extremos de una recia vara de cedro y la colocó entre su pecho y el de Gara, las puntas hirientes apoyadas sobre sus corazones. Luego, sin decirse nada, mirándose a los ojos, sintiendo como la vara de cedro los traspasaba por el empuje de su violento y desesperado abrazo, quedaron quietamente fundidos. Entonces agua y fuego fueron uno solo en la suma de sus cuerpos.

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